Hay que ver lo
poco que dura la alegría en la casa del pobre y lo fatalmente cierto eso de
que, si uno no quiere y el otro sí, los dos se pelean.
Ahí tienen como
ejemplo ilustrativo de la amarga verdad que los refranes sentencian el caso de
De Guindos y Montoro, o de Montoro y de De Guindos.
Demuestra el de
los dos altos funcionarios de categoría jerárquica similar lo falsa que es que
esa máxima de que todos somos iguales, punto de apoyo con el que la palanca democrática pretende mover el
mundo de los dineros españoles.
Por culpa de
que uno de ellos no pueda mandar al otro, de manera que uno ordene y el otro
ejecute las órdenes, ya está el recién estrenado gabinete español paralizado.
Y es que el
mundo es como es y no como quisiéramos que fuera. Cada individuo o individua
cumple su función, como el viento que al
soplar obliga a la rama del árbol a cimbrearse en la misma dirección, y no en
la opuesta a la del viento.
Muy listo será
Rajoy pero, a los que somos más listos que
Rajoy no nos lo parece: le hubiera bastado con llamar a Montoro y a De
Guindos a capítulo antes de entregarle a cada uno de ellos su cartera y
decirles: “Tú decides lo que hay que
hacer y tú te encargas de que tus subordinados lo hagan”
Como en toda la
vida de Dios ha pasado, por mucho que se nos haya engañado con eso de que “la
verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero”.
Agamenón sabría
mucho de comprar los lechones al precio más conveniente y venderlos cebados cuando
las demandas del mercado más alto hubieran elevado su precio de venta y el
porquero sabría a qué hora dejarlos encenagarse en el charco y cuando era el
momento de llevarlos a que se comieran las bellotas debajo de las encinas.
Porque si el
porquero se hubiera encargado de la compraventa y Agamenón decidiera en qué sitio
de la Dehesa deberían comer y donde sestear, posiblemente los hubiera llevado
al charco a la hora de comer y a la dehesa a la hora de sestear.
Como parece que
le pasa al gobierno de Rajoy.