miércoles, 23 de noviembre de 2016

LA PIEDAD




   Es obligado en el hombre, si es un ser humano y no un animal carroñero que se alimenta de los despojos del que ya no pueda defenderse, sentir y expresar piedad por el que ha muerto.
En esta democrática sociedad civil que los españoles se han esmerado en organizar para que la civilización de la democracia suceda a la barbarie de la dictadura, quedan demasiados carroñeros que evidencian el fracaso del intento.
Son los que, ya sin vida Rita Barberá, que empezó a morir cuando acabaron los carroñeros con su vida política, dejan traslucir su satisfacción por la desaparición de la fallecida al no lamentar abiertamente su muerte.
La Rita Barberá que ha muerto como consecuencia de las tensiones emocionales que conducen tantas veces al infarto, es la misma a la que halagaban, cortejaban y elogiaban los que buscaban su cobijo cuando de su amistad los beneficiaban.
La Rita Barberá que ahora ya ha muerto es la misma a la que un falangista vergonzante como Miguel Angel Revilla, jefe de centuria moderno de la Comunidad Autónoma de Cantabria, le llevaba latas de anchoas para que el prestigio de la ahora muerta lo ayudara a vender su mercancía.
Los mismos que antes se cobijaban bajo la buena sombra de Rita—desde los Rajoys a los Revillas con otros nombres—la pusieron en cuarentena para que no se los relacionaran con la Rita caída.

“A moro muerto, gran lanzada”: el lema que mejor define la falsa gallardía de la que tanto presumen los españoles , quizá porque saben que no la tienen porque, de verdad de verdad, solo se atreven con el enemigo muerto, como pasó con Franco, Zapatero, Aznar, Sanchez y pasará con Rajoy.