Uno, que en los
ya olvidados tiempos de su juventud protohistórica estaba convencido de que la
sabiduría sería el contrapeso compensatorio del vigor perdido, estaba
equivocado.
Me he dado
cuenta al constatar que no entiendo, por muy viejo que ya sea, por qué si todos
los hombres somos iguales como dicen, lo que para unos es recomendable no lo es
para otros.
Un suponer: las
elecciones.
Hablo de los
podemitas, esos vándalos que llegados del cielo o del infierno cayeron como
langostas sobre la Puerta del Sol y que se empecinan en que los desajustes de
España se arreglan a votazo limpio.
Si la
democracia instrumentalizada por las elecciones es la solución para España,
¿por qué no recetan el mismo tratamiento a países en los que falta tanta comida
como en España sobra, y de donde solo se pueden escapar los descontentos
jugándose la vida?
Las orejas de
éste viejo, que mientras más viejo es menos sabio, no captan por qué, si todos somos iguales, lo que para los
españoles es bueno para los cubanos no lo es.
¿Será que lo de
las elecciones es bueno hasta que se ganen las primeras y sería una tontería
exponerse a perder las segundas?
¿Por qué los
podemitas y demás rojos pierden la afición a convocar elecciones en las que
participen libremente los ciudadanos, inmediatamente después de haberlas
ganado?
Los cubanos del
difunto Fidel Castro son un ejemplo que sin duda los de Podemos quisieran
imitar.
Se auparon al
poder a tiros y a tiros lo mantienen 57
años después, y sin necesidad de elecciones.
O gracias a que
no han permitido, ni permiten, que se celebren elecciones.