jueves, 1 de diciembre de 2016

ELECCIONES OTRA VEZ

La prueba ha tardado en llegar casi medio siglo pero ya está a la vista: la democracia parlamentaria que se inventaron los constituyentes de 1978 es inoperante, por lo menos para España.
Y todo por una tontería, porque la Constitución que acordaron fijó que el poder residiera en el pueblo, representado por el Parlamento, lo que hizo de la española una democracia parlamentaria.
La Jefatura del Estado, en éste caso el Rey, fue desprovisto de poderes ejecutivos y al Gobierno y su presidente se le fijó la misión de ejecutar las decisiones que el Parlamento adoptara a través de las leyes que aprobara.
Hasta ahora se había trampeado el problema porque los gobiernos contaban con la mayoría suficiente en el parlamento para sacar adelante sus leyes.
Esa mayoría en las Cortes, le permitía aprobar las leyes que presentara  con el apoyo de sus propios diputados, o en contubernio con partidos de la oposición nominal, confabulados previamente para sacarlas adelante.
Lo que había servido hasta ahora, ya no sirve: para cumplir sus promesas electorales, el Partido Popular de Mariano Rajoy solo dispone de 137 de los 176 votos que necesita y, como los 213 diputados que no son del Partido de Rajoy impondrían su voluntad, al presidente del Gobierno solo le quedan dos recursos:
a) ejecutar las leyes que la oposición apruebe aunque contradigan las promesas de su Partido, o
b) liquidar cuanto antes la legislatura actual para conseguir en las elecciones siguientes la mayoría que le permita aprobar el programa de su Partido.
Si hace lo primero, malo porque estará traicionando las promesas del programa electoral del PP.

Si precipita unas nuevas elecciones peor, porque será el reconocimiento implícito de su fracaso al admitir que es imposible lo que creía factible,  cuando aceptó las condiciones en las que asumió la presidencia.