¿Quién me iba a
decir a mí, un anciano de 73 años que nació a 200 kilómetros del
mar y que no lo vio hasta que lo llevaron en una Lambretta a la Playa de
Valdelagrana del Puerto de Santa María, que se iba a permitir dar doctrina
sobre los estibadores, esos faeneros que cargan y descargan barcos?
Válgame de
excusa, si lo hago, que los Diputados a Cortes no han dado nunca un palo al
agua y legislan sobre el negocio de la estiba, aunque nunca han cargado por sí
mismos ni la carpeta en la que almacenan documentación que nunca han leído
sobre asuntos de estado que nada les importan.
Por lo que se
lee y se oye, el problema de solución más acuciosa de los muchos problemas que
se ciernen sobre el turbulento cielo de España es, estos días, el de los
estibadores.
¿Porque las
mercancías que tienen que descargar se pudren en las bodegas de los barcos?
¿Porque las que
tienen que cargar se pudren en los muelles y no llegan nunca a su destinatario?
Peor.
Porque el
sistema de contratación de las empresas que se dedican a la carga y descarga de
mercancías transportadas no es
democrático.
Y es preferible
que se pudran esas mercancías antes de que lo sigan haciendo los estibadores de
manera no democrática.
Y es que, como
Mendez Nuñez dijo aquello de que “más quiere España honra sin barcos que barcos
sin honra”, a otro insensato similar se le ha ocurrido que “más quiere España que
sus mercancías se pudran sin llegar al destinatario, que hacerlas llegar
violando la democracia”.
Una España útil
para la democracia y no una democracia útil para España.
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