sábado, 25 de marzo de 2017

SUSANA Y EL POQUER



Antes de que fuera Susana la lideresa andaluza que todos conocemos, la Susana que casi todos conocíamos era Susana la casta, la que en el libro de Daniel arrostró todas las penurias que le sobrevinieron por rechazar la pretensión libidinosa de dos viejos verdes que, para más INRI, pasaban por modelos de virtud.
La Susana Diaz de ahora, más que ser pretendida,  es ella la que pretende ligar una escalera real de color en el azaroso mundo de la política tan parecido al del póquer, para que ningún otro jugador se pueda llevar el pot al que asciendan las apuestas.
Ya posee los ases de secretaria general del PSOE andaluz y Presidenta de la Junta de Andalucía, a las que quiere añadir las de Secretaria general del PSOE y  Presidenta del Gobierno de España.
Si en el descarte final le dieran el comodín a cambio del naipe del que se desprenda, habrá ligado el repóquer.
Solo la jugada  de escalera de color real—combinación tan rara de naipes que por ahora solo se reserva al Rey, como Jefe del Estado—superaría, aunque solo en rango simbólico, a la que Susana aspira a presentar.
Si lo lograra, se abriría necesariamente el inevitable análisis posterior a toda partida de póquer:
¿Se ha quedado con toda la apuesta en disputa el jugador más afortunado o el más preparado para ganar?
¿Ha ganado el ganador porque era el mejor de los apostantes o porque los demás eran peores jugadores que el ganador?
¿Ganó Susana por ser la que llevaba cartas mejores para ganar, o porque los perdedores jugaron peor las cartas que les habían repartido?
Lo más probable será que, en este mundo calvinista en el que el éxito justifica los procedimientos para alcanzarlo, Susana se quede con los cuartos y sus contrincantes con la boca abierta.

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