jueves, 6 de abril de 2017

RUFIAN Y SU MISMIDAD

¿Y si el buitre voraz de ceño torvo fuera realmente un manso cordero de piedad transido?
¿Y si el que se empecina en asustar ansíara realmente espantar sus miedos?
Es la duda que me corroe cada vez que presencio cómo el diputado Rufian dice lo que dice y lo dice como lo dice: porque realmente ansía que lo libren de la cruz en la que está clavado y no porque quiera clavar a los demás en sus propias cruces.
¿No son clamores desesperados para que lo quieran los que cree que lo aborrecen?
Alma sangrante de dolor debe ser el alma de Rufián: supura el pus del odio porque necesita las caricias del amor.
Pobre, infeliz Rufián: teme que lo odien todos los que no lo abrazan.
Lo angustia más ser ignorado que despreciado.
Necesita salir de su insignificancia para entrar en la notoriedad.
Aunque, para eso, tenga que disimular una condición que se concilie con su apellido, por mucho que desentone de sus anhelos.

Y es que el diputado Rufián hace lo que hace y dice todo lo que dice para llamar la atención y singularizar su mismidad.

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