Todos los
humanos deberíamos acorazar nuestro objetivo vital, que es trasmitir la vida a
los que nos sucedan, con la táctica flexible para vencer los obstáculos
puntuales.
¿Y qué le ocurre
al que, por carecer de un claro objetivo para su vida, recurre a tácticas
oportunistas y a veces contradictorias con el propósito final?
Que descubre que
su vida carece de objetivo o que pretende alcanzarlo mediante tácticas muchas
veces enfrentadas entre ellas.
Por eso, inmediatamente
después de afirmar que algo es cierto sostiene con el mayor descaro que es
falso.
En todos los
pueblos y ciudades del mundo hay gente así.
Pero en
Andalucía, cuya capital es Sevilla, abundan tanto que hasta se les ha dado un
nombre para identificarlos: chisgarabís
Aquellos
legendarios señoritos andaluces, que seducían con promesas de amor eterno a las
criadas para abandonarlas inmediatamente después junto al fruto de su engaño, eran
todos chisgarabíes.
Los señoritos
terratenientes ya no suelen vivir en Sevilla, pero su herencia perdura en los
horteras sin bagaje académico ni patrimonial, que tasan su triunfo en el número
de mujeres e hijos abandonados.
Raza esta de los
andaluces que, con muy puntuales excepciones, ponen como objetivo de su vida
parecer lo que no son y quitarse de en medio en cuanto una obligación los
amenace.
Cambian lo
esencial por lo superfluo y por eso, en el fondo, habría que compadecerlos.
Toda una vida aparentando que son lo que no son, sabiendo que solo son lo que
aborrecen ser.
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