martes, 4 de julio de 2017

LA NIÑA DEL AMO DEL CORTIJO



En aquellos tiempos relativamente recientes anteriores a la arrolladora irrupción de la televisión, la gente no se enganchaba como hoy a los folletones que son las series televisadas modernas.
Como eran tan antiguos, tenían que conformarse con los novelones por episodios radiados por las emisoras, que tantos casos de deshidratación provocaron por el exceso de lágrimas vertidas.
El resultado de lo de antes era tan igual a lo de ahora porque el procedimiento para llegar al torrente lacrimógeno era el mismo: el amor imposible y los ardides, trucos y triquiñuelas para que el amor triunfe.
Como ahora.
Qué magnífica serie de interminable número de capítulos podrían rodarse ahora si el ambiente del duopolio de ricos y pobres de la sociedad de entonces se trasladara a la multifacética diversidad de hoy.
Como tener o no tener dinero era la barrera social antigua, en los novelones de antes los protagonistas solían ser la hija única del amo del cortijo y el yuntero que se gustaban, con agrado para ella y mosqueo para su padre.
Ahora que los tractores han arrumbado a las mulas y los partidos políticos a los terratenientes, la novela debería evolucionar para que sus protagonistas fueran los actuales.
¿Y qué diferencia tanto ahora a un segador del dueño del trigo que siega?
La que marca la pertenencia a partidos políticos, en abierta competición o en temporal alianza táctica para administrar el Estado, ese cortijo de 505.000 kilómetros cuadrados que es España.
Tenemos dos y no una protagonistas para que hagan el papel en la telenovela de la niña y heredera del cortijo: Andrea Levy e Inés Arrimadas que no quisieran parcelar España, como pretenden el marido de la segunda y el pretendiente de la primera.
En una discrepancia condenada al fracaso porque la mujer es siempre superior al hombre, Inés y Andrea Teresa se llevarán el gato al agua.
Seguro: lo vaticina el padre de tres hijas.

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