jueves, 28 de septiembre de 2017

DICTADURA ENCUBIERTA



Especialistas hemos sido los españoles en la aplicación de la más socorrida de las fórmulas para narcotizar el reconcomio: descargar en quien no las tenga nuestras propias culpas.
Hubo un antepasado del actual rey, llamado Alfonso XIII,  que se entrometía tanto en asuntos ajenos porque eran propios del gobierno, que hasta se inventó un verbo para definir su vicio: “borbonear”.
A su biznieto Felipe VI le afean ahora que no borbonee, que no asuma como problema de la jefatura del Estado que ejerce, las responsabilidades propias del Gobierno que no desempeña las suyas para frenar la independencia de Cataluña.
A los que no vivimos ni aspiramos a vivir del ordeño a las ubres del Estado nos corresponde el derecho y el deber de advertir que, hasta que los españoles no aprendamos a solucionar por nosotros mismos nuestras necesidades personales, no deberían dejarnos que decidamos las generales.
¿Qué eso sería retroceder a la dictadura?
No. Sería adecuar ésta democracia de nombre a lo que, en realidad es: una dictadura de las cúpulas de los partidos políticos, en la que los ciudadanos, afiliados y simpatizantes aceptan o se resignan a aceptar lo que el que mande ordene.
Pasó España de una dictadura declarada a una dictadura encubierta.
En la de antes, por lo menos, no te engañaban.

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