Esa ventolera de indignación inducida que hace
ondular últimamente a los españoles tiene su intríngulis: ¿es el patriotismo
consecuencia del sentimiento que emana de la patria?
¿Es la patria
el punto de coincidencia sentimental de los que se identifican como patriotas?
¿Es posible
una patria sin patriotas? ¿Puede el patriota transferir su amor de una patria
anterior a otra posterior?
Con una
publicidad eficaz todo es posible, y mucho más si al receptor de la propaganda le
da igual ocho que ochenta, y le importa tanto el jabón como el hilo negro.
(Hay una
dentistería sevillana que, en su anuncio radiofónico, se declara a sus futuros
clientes “comprometida con su sonrisa”).
Si los
dientes pasan a ser más imprescindibles para sonreír que para masticar y triturar
los alimentos, ¿qué puede esperarse de la Patria?
¿Debe estar
dispuesto el ciudadano a matar al enemigo de su patria y a dejarse matar por
ese enemigo?
En esto de la
patria hay demasiado cuento. Tanto o más que en ese hálito intangible conocido
por amor, que en el momento de materializarlo ya empieza a esfumarse.
Amor a la
patria: doble fantasía, eternidad caduca.
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