jueves, 26 de enero de 2017

LA CÓMODA OBEDIENCIA

Somos de derechas los de derechas porque, conscientes de que hasta los gemelos univitelinos son individuos tan diferentes que a uno pueden gustarle las papas fritas con huevo y el otro el bacalao (o bacalado que es más fino) al pil-pil, nos parece una barbaridad empeñarse en que todos somos iguales.
Sin embargo, creemos natural y hasta digno de elogio que al que le gusten las papas fritas pueda negarse a comerlas y, por supuesto, hartarse de ellas tanto en el desayuno como en la cena y hasta a la hora de merendar.
Aclarada con ésta ilustrativa parábola la confusión que en ésta España eternamente desconcertada cree que el de derechas lo es porque va a misa y lleva la banderita nacional y el de izquierdas porque no acude a la iglesia ni para que le recen el postrer responso y en vez del aguilucho prefiere la hoz y el martillo en la bandera, hablemos de los españoles.
Son los españoles individuos de apariencia externa diversa porque los hay bajos, altos, gordos, flacos, morenos o rubios y, a pesar de su aspecto, son tan españoles unos como otros.
¿Qué los diferencia, pues, de los individuos de aspecto más o menos parecido al de ellos, pero que no son españoles?
Que los españoles, acostumbrados a que siempre hayan sido otros los que nos saquen las castañas del fuego, estamos incapacitados para decidir cuando están las castañas tostadas y cuando siguen estando crudas y, por consiguiente, estamos más cómodos obedeciendo al que decida por nosotros que decidiendo por nosotros mismos.
Obedientes nacimos y obedientes seguimos, se apoden de demócratas o de dictadores los que nos manden.
A la vista lo tenemos: hasta hace medio siglo, nos mandaban que fuéramos arregladitos a misa, cantáramos con recia y desentonada voz el Cara al Sol y con los escombros estábamos decididos a levantar un Imperio.
Ahora acudimos en harapos al templo de la democracia que es el Parlamento, cantamos las letras ininteligibles de coplas extranjeras y acondicionamos esmeradamente el puticlub español para atraer a los adinerados cabritos extranjeros.
La España tan perpetua como las penas que de por vida condenan al delincuente notorio, en la que solo el Gobierno—democrático o dictatorial—es el que se equivoca porque es el que decide lo que a los que obedecemos nos conviene acatar.

Sabio pueblo que siempre acierta porque nunca decide.