Uno se siente
particularmente desgraciado cuando todo con el que se codea irradia felicidad.
Así que como el
hombre (y la mujer) nacieron con el inconsciente objetivo vital prioritario de
ser felices, cuando descubren que estando juntos multiplican por dos la
felicidad que ambos procuran individualmente, van y se casan.
O no se casan,
pero comparten lo más posible el tiempo en que, juntos, incrementan la felicidad
de cada uno en la misma proporción en la
que aumenta su desazón cuando están alejados uno de la otra y la otra del uno.
Por eso el número
de matrimonios aumenta en tiempos en los que, juntos hombre y mujer, logran más
fácilmente lo que a cada uno por su lado
les cuesta más esfuerzo conseguir.
Simplificando las
peculiaridades de unos y otras: ¿qué tiene el cuerpo del hombre que la mujer
sea capaz de complementar y qué tiene la
anatomía de la mujer que pueda complementar el hombre?
Salientes y
entrantes, concavidades y convexidades.
Como esos
juguetes en los que se necesita habilidad para encajar una pieza en otra para
que el resultado final tenga un sentido lógico, el rompecabezas que es la
humanidad tendrá sentido cuando las piezas hombre y mujer se acoplen.