Si la de ayer
hubiera sido la noche del primero de Mayo, en lugar de haber presenciado el
ritual onanista que es la entrega de los
premios Goya habríamos asistido a la noche de Walpurgis, en la que hechiceras y
brujas copulaban con Luzbel, el ángel más bello.
Y es que, como
cada año, en el aquelarre que es la entrega de los premios Goya, los trasgos y
las brujas se atribuyeron el monopolio en la defensa de la Cultura, plasmación
de la belleza representada por Luzbel, el más bello de los Ángeles.
En ese cónclave
de cultos de guardarropía, los que aportan su anatomía para que guionistas,
directores, montajistas y maquilladores urdan una historia que demuestre lo
malos que son los que hacen cumplir la ley y lo buenos que son los que la
violan, solo faltaba alguien que los metiera en cintura:
Mi tocayo San
Miguel con la hoja de su espada todavía limpía de la sangre de los malos que la
teñiría, obligándolos a reconocer que no ganaron, sino que perdieron esa guerra
mítica que, como todas las guerras, perdieron los malos porque la ganaron los
buenos.
¡Ay cultos
mercenarios que cuentan lo que les conviene y callan lo que los perjudica!
¡Ay ilustres
zampabollos que, como espejos cóncavos, reflejan la imagen distorsionada!
Como a los
perros que incomodan la siesta de su amo, algún día oirán que les mandan “ir a
echarse”.