domingo, 5 de febrero de 2017

LOS GOYA

Si la de ayer hubiera sido la noche del primero de Mayo, en lugar de haber presenciado el ritual onanista  que es la entrega de los premios Goya habríamos asistido a la noche de Walpurgis, en la que hechiceras y brujas copulaban con Luzbel, el ángel más bello.
Y es que, como cada año, en el aquelarre que es la entrega de los premios Goya, los trasgos y las brujas se atribuyeron el monopolio en la defensa de la Cultura, plasmación de la belleza representada por Luzbel, el más bello de los Ángeles.
En ese cónclave de cultos de guardarropía, los que aportan su anatomía para que guionistas, directores, montajistas y maquilladores urdan una historia que demuestre lo malos que son los que hacen cumplir la ley y lo buenos que son los que la violan, solo faltaba alguien que los metiera en cintura:
Mi tocayo San Miguel con la hoja de su espada todavía limpía de la sangre de los malos que la teñiría, obligándolos a reconocer que no ganaron, sino que perdieron esa guerra mítica que, como todas las guerras, perdieron los malos porque la ganaron los buenos.
¡Ay cultos mercenarios que cuentan lo que les conviene y callan lo que los perjudica!
¡Ay ilustres zampabollos que, como espejos cóncavos, reflejan la imagen distorsionada!

Como a los perros que incomodan la siesta de su amo, algún día oirán que les mandan “ir a echarse”.