El pillo es un
pajarraco de patas largas, plumaje blanco y negro que se las rebusca en
lagunas, rios y tierras húmedas y se alimenta de culebras y otras porquerías.
Pero también se le
llama pillo al individuo humano que tiene la habilidad necesaria para engañar a
sus semejantes, sobre todo si son tan ingenuos que todavía no se han percatado
de que el hombre es el lobo del hombre.
¿Es un pillo Pablo
Iglesias, ese profeta que le promete a los que les falta el dinero que a él le
sobra, que va a repartir con ellos lo que, si lo ayudan, le quitarán a los que
dice que tienen demasiado?
Puede que lo sea o
que, si no un pillo, sea lo bastante listo como para no morderle la mano al que
le dio el primer mendrugo que lo encaminó de la miseria a la abundancia,
Pues eso es lo que
Felipe González y José María Aznar querían que hiciera el pillo Iglesias, que
anda ahora enfrascado en ser lo que ellos fueron.
Evidentemente, en
ese juego entre pillos, el tunante actual Iglesias eludió la trampa de los
pillos pretéritos González y Aznar, en baja forma desde que dejaron de competir
en las martingalas políticas en las que Iglesias está en plena forma.
Los dos ex
presidentes del gobierno querían que el que quiere ser próximo presidente se
desengachara de la tutela de Nicolás Maduro, heredero del pesebre de Hugo
Chávez, en el que Iglesias sació sus primeras hambres.
¡Torpes Gonzáles y
Aznar!
Hasta que se jarte
con lo que le saque a los españoles, si es que alguna vez es presidente del
gobierno, y pueda comer en el pesebre nacional español, ¿cómo va a partir peras
con el venezolano?
¿Y si tardara unos
años más de lo que espera en ser presidente de España?
”Más vale”,
reflexionó Iglesias para rechazar la petición de González y Aznar; ”pájaro en
mano, que ciento volando”.