sábado, 25 de febrero de 2017

CATALUÑA: RAZÓN O EMOCIÓN

Esto de los catalanes que se quieren ir y de los españoles que no quieren que se vayan de España es una prueba evidente de que, por mucho que se diga que el hombre es un animal racional, son sus emociones las que determinan sus actos.
Y, de entre las emociones, el recelo que origina el miedo es más poderoso que el halago que induce a la confianza.
Consecuencia: si los que no son catalanes insisten con tanta persistencia en que Cataluña forme parte de España, algún interés los moverá para que, al lograrlo, ganen tanto como pierdan los catalanes que no quieren considerarse españoles.
Hay en esa discrepancia secular entre los que pretenden que Cataluña sea una de las partes de España y los que insisten en que no lo es, una discordancia de emociones imposible de conciliar con  la razón.
Los partidarios de la independencia apelan fundamentalmente a las emociones para fundamentar sus razones y los que defienden la integración sobreponen las conveniencias que la integración propicia.
Discrepancia entre dos opciones opuestas en las que el ser humano tiene que decidir constantemente en su vida diaria.
En esa duda permanente que es la vida, las emociones son determinantes en las decisiones trascendentales y la razón en las rutinarias.
¿Es trascendental para los catalanes su integración o segregación de España? ¿Lo es para los españoles no catalanes?
Por la forma en que esa discrepancia se concilie o no, lo sabremos.

Si lo que es ya una cuestión emocional para los partidarios de la independencia se contagia a los que abogan por la integración, es inevitable el recurso a la fuerza, la herramienta para enmudecer discrepancias irracionales.