lunes, 27 de febrero de 2017

EL MUCHACHO GARZXON

Alberto Garzón, que por ser el mandamás de Izquierda Unida es el Stalin de ésta España eternamente postfranquista, ha hablado de libertad, de la que los rojos tanto han aprendido a fuerza de suprimirla.
Y, para que lo entendieran tanto los intelectuales de barba rala como los gañanes de barba crespa, explicó lo que es la libertad usando la parábola, ese recurso dialéctico para que hasta lo más enrevesado lo comprendan el más sutil y el más garrulo:
“No solo se debe ser libre de entrar en un supermercado, sino de comprar los bienes necesarios”..
Al fin y al cabo, lo que casi todo el mundo hace en todas partes, a cualquier hora en que los supermercados estén abiertos.
Como “casi todo el mundo no es todo el mundo”, sería oportuno encontrar la excepción a la regla que el compañero Garzón formuló como norma ideológico-política.
Después de observar cuidadosamente durante una larga media hora las actividades de compradores y vendedores en un supermercado, todos coincidieron;
Los compradores recorrían los estantes del supermercado, echaban en su carrito el producto que les apeteciera o necesitaran y, antes de llevárselo del recinto comercial, pagaban en caja el precio que marcara en su etiqueta.
¿De qué se queja entonces el cascarrabias Garzón?

Pues de que a su achichincle Diego Cañamero y sus secuaces, cuando van al supermercado a llenar sus carros de la compra, el voraz egoísmo de los cajeros los obliga a pagar lo que lleven en el carro, antes de permitirles  que lo metan en sus coches, aparcados en la explanada del supermercado.