lunes, 6 de marzo de 2017

AUTONOMIAS E INFORMÁTICA

Esta Andalucía mía y de otros ocho millones y pico de andaluces es un ectoplasma dúctil, al que el manipulador que lo manipule puede dar la forma que le apetezca.
Eso sí: hasta 1978, y por lo menos por derecho, el que manoseaba Andalucía para darle la forma que hasta entonces tuvo no era andaluz, sino romano, moro o castellano.
¿Y desde entonces?
Desde 1978, y por lo menos jurídicamente, Andalucía es lo que los andaluces quieren, o pretenden, que sea.
Todavía hay metomentodos forasteros que no solo no dejan a los andaluces ser lo que ellos quieran ser, sino que condicionan la forma de ser de los andaluces.
Por ejemplo, los madrileños, esos entrometidos que siguen empecinados en que los andaluces no sean lo que quieren ser porque los obligan a ser como ellos son.
Hasta han logrado que, como a ellos los mandan señoras desde hace diez o doce años, a los andaluces nos mande también una señora, Susana Diez.
Pero en el género de las mandamasas es, posiblemente, en lo único en que coincidan ambas, conocidas ahora como regiones autónomas, que es una evolución modernizada de la ya anticuada (¿obsoleta?) división territorial de España.
¿Y en qué negocios de la exclusiva competencia de ambas regiones autónomas  se inmiscuye la madrileña en perjuicio de la andaluza?
Pues en que la presidenta madrileña no les cobra casi nada a los herederos de un difunto por hacerse cargo de la herencia y la andaluza les cobra un porcentaje tan desorbitado que les conviene más renunciar al caramelo indigesto que es la herencia, que pagar para disfrutarla.
Y la presidenta andaluza quiere seguir cobrando lo que cobra y, para que no la critiquen los suyos por hacerlos pagar tanto, exige que la madrileña les haga pagar a los suyos tanto como ella les cobra a los andaluces.

Cosas de éste quilombo descentralizador que son las autonomías, en un tiempo en el que, gracias a la informática, me han arreglado desde Canadá el ordenador en el que escribo en Palma del Río.