Tiene este
idioma español guardadas en el baúl de los recuerdos algunas palabras que no
solo no han pasado de moda, sino que por su significado son las que marcan la
tendencia (trending topic) contemporánea.
Granuja, sin ir
más lejos.
¿Cuántos
granujas por metro cuadrado hay en los parlamentos que tanto abundan hoy y que
antes solo servían para aplaudir lo que dijera el único que mandaba?
(En los
parlamentos nacional, autonómico, diputacional y municipal se sigue aplaudiendo
al que manda, pero como el poder que antes tenía uno ahora se ha fragmentado entre varios, cada uno
aplaude a su mandamás, y no al mandamás de los contrarios).
¿Y sólo
aplauden al que los mande? Casi siempre.
Hay ocasiones
en las que el que los mande les ordena aplaudir también al teóricamente
adversario, prueba evidente de que entre ambos están tramando un enjuague para
repartirse proporcionalmente los beneficios.
El paso del
tiempo ha influido, como es inevitable, en la evolución del granuja que antes
se identificaba por su mirada aviesa y su porte chulesco y ahora lo hace por su
mirada melíflua y su habla obsequiosa.
¿Cómo vas a
pedirle su pan, que es su voto, al que le digas que le vas a pagar con lo que
lo perjudique?
El cielo, la
tierra y un collar para su perra le ofrece el político mendicante al elector
recalcitrante.
Y después,
¿qué?
Después no es
ahora y, como siempre habrá un roto para un descosido, si el primero no se deja
engañar por segunda vez, sobrarán los que estén deseando ser engañados
primerizos.
Además, como
todos nos creemos más listos que nadie, sabemos que al otro lo engañaron por
tonto y a los listos como él lo es, no los engaña nadie.