Se conoce por
“inciertos” a aquellos personajes mitológicos como Pan, Fausto o Silvano de
los que, aunque se tenía la convicción de que habían sido superiores a los
seres comunes, había dudas de que
hubieran alcanzado la categoría de dioses.
Algo similar pasa
desde, va ya para cuarenta años, con un bulín o lupanar muy conocido, cuando
murió su madama perpetua.
Como se dudaba si
evolucionaría a cabaret de lujo o retrocedería a quilombo de aldea, a esos
tiempos de incertidumbre se les llamó “la transición”.
Simple metonimia
porque antes, durante y después, el mismo local servía para los mismos
propósitos: satisfacer al que procuraba satisfacción mediante el pago de la
cantidad estipulada.
Así que antes de la
transición, durante la transición y después de la transición habrá cambiado el
nombre antiguo de “dictadura” por el actual de “democracia”.
Pero los clientes
siguen acudiendo al lupanar para que las meretrices de hoy les presten el
servicio que les prestaban las de ayer, a cambio de un precio convenido y
actualizado, según la evolución del IPC (Índice de Precios de Consumo).
La tarifa de
precios por servicios se renueva, siempre al alza cada año, en unos llamados
“presupuestos” porque se presupone que deben cumplirlo tanto los palanganeros y
las profesionales del bulín como los clientes, conocidos cariñosamente por
cabritos.