Llevan los rojos
españoles alborotados medio siglo porque, por muchas estatuas, nombres de
calles y plazas que les recuerden a Franco quiten, descubren que todavía les
quedan más sin quitar.
¡Con lo fácil
que habría sido impedirle a Franco que diera su nombre a esas calles, plazas y monumentos!
Esta manía
sistemática propia de los iconoclastas bizantinos no puede terminar bien, porque
aquellos iconos que se salvaron de la quema son ahora, siglos después, ansiadas
piezas de colección.
La destrucción
de las imágenes sagradas bizantinas, como la eliminación de rastros del ahora denostado
franquismo, acabará en el futuro prestigiando a Franco.
Cosas de estos
rojos peculiares que son los rojos españoles que podrían haber cortado orejas y
dado la vuelta al ruedo si, cuando terminó la presencia en éste mundo del
Caudillo, hubieran suspirado de alivio
porque muerto el perro se acabó la rabia.
Prefirieron la
heroica hazaña de dedicarse para in aeternum a darle grandes lanzadas al moro
muerto.