sábado, 18 de marzo de 2017

Y TRUMP NO MORDIÓ EL HUESO

Definitivamente, ese Trump es un político diferente de sus colegas de oficio.
La injusta historia, que gracias a un poeta oportunista hizo a un bandolero como El Cid el ejemplo de una raza, lo dirá.
Pero por cómo actúa desde que es  presidente de los Estados Unidos, está demostrando que el cargo lo ha alcanzado para servirse de él, no para servir al cargo.
Un suponer: por lo que se ha dicho y escrito hasta la saciedad, al ciudadano Trump anterior al presidente Trump lo atraían más que gustarle las señoras bonitas de cara y opulentas de formas.
¿Ha amoldado sus gustos anteriores a los adecuados a un presidente en ejercicio, que debe ser cortés y gentil tanto con las guapas como con las feas, lo mismo con las flacas que con las gordas?.
Es a lo que los del oficio actual de Trump nos tienen acostumbrados.
Poco ha habido que esperar para resolver ese misterio:
Acaba de visitar a Trump en su Casa Blanca, y  entrando por la entrada principal y no por la puertecita lateral por la que yo estuve entrando diariamente durante dos años y medio, la canciller alemana Angela Merkel.
Definitivamente, ni es bonita de cara ni opulenta de formas, por lo que extrañaría que al ya presidente de los Estados Unidos se le alegrara la pajarilla al verla.
Y la prensa canalla, esos entrometidos buenos para nada y malos para todo que son los periodistas, tentaron a Trump alentándolo a que diera la mano a su visitante para sacarles un retrato en ese gesto amistoso.
Y Trump, que por ser presidente de los Estados Unidos ha demostrado que es más listo que el más sagaz de los que habían ido allí para intentar que les conteste a lo que ellos quieran saber, se quedó impávido, como si la invitación al apretón de manos hubiera sido el soplo del viento, el aleteo de una mosca.

“A otro perro con ese hueso”, debió pensar Trump cuando ignoró el hueso poco apetitoso para su gusto que los periodistas le echaron.