lunes, 20 de marzo de 2017

LA COPA DE LA GENTE

 Se dice que al siempre ocurrente Pablo Iglesias se le ha ocurrido una ocurrencia que, como todas las suyas, si no origina un conflicto donde no lo había, enconará el que intente solucionar.
Parece que ahora anda diciendo que a la hasta ahora Copa del Rey que disputan todos los equipos de todas las disciplinas deportivas, debería cambíársele el nombre para que pase a llamarse “Copa de la Gente”.
(Podría habersele ocurrido Copa del Jefe del Estado, pero le hubiera salido sarpullido por recordarle al que durante 40 años ejerció ese cargo, el Innombrable Caudillo).
Como en anteriores ocurrencias de Iglesias para las que su solución enconó el conflicto, también ésta lo hará si se le hiciera caso.
Porque Rey o Jefe del Estado solo hay uno que representa a los cuarenta y pico millones de españoles así que, cuando le entrega el premio al capitán del equipo campeón del torneo, representa a todos los ciudadanos del Estado sobre los que reina o a los que jefatura.
Pero en ésta España fragmentada por los partidos políticos, ¿cómo se va a convencer el simpatizante del partido contrario que lo representa el que mande en otro partido distinto?
¿Se sentiría representado por Pablo Iglesias un ciudadano convencido de que el Jefe de Podemos es solo un malandrín bueno para nada?
En el fondo, y con su descabellada propuesta de llamar Copa de la Gente a la Copa del Rey, lo que el soñador Iglesias ha soñado es que será é mismo el que entregue la Copa, libre España de otros presuntos tiranos,  y que sea el propio Iglesias el que la tiranice.
Porque si no es así, y ojalá lo sea, los cuarenta y pico millones de gentes distintas que somos los españoles tendríamos que entregar uno a uno la Copa de la Gente al equipo triunfador.
¿Y donde metemos a cuarenta y tantos millones donde ahora solo caben poco más de cien mil?
¿Cuánto duraria la ceremonia de entrega que, ahora, se despacha en diez minutos?

Si se lo pensara mejor pensado, Iglesias se conformaría con su cometido actual de sultán de odaliscas y dejaría que otros menos afortunados gobernaran España.