lunes, 3 de abril de 2017

EL AUTOENGAÑO DE LA CENSURA



Ahora que se puede hablar mal de todo me ha venido a la memoria un episodio de los tiempos en los que, para no equivocarse al hablar de lo que a algunos les parecía inconveniente, a uno le convenía no hablar de nada.
No sé si el tiempo a que me refiero era así porque era la esencia del franquismo o era el temor reverencial a  Franco el que lo inspiraba.
Vamos al hecho que inspira tan profundas reflexiones:
Acababa de terminar el segundo curso en la escuela oficial de periodismo y solicité y me concedieron hacer prácticas en la Agencia EFE, que me destinó a la sección de Efe-Extranjero para que, en el horario de tres de la madrugada a nueve de la mañana, tradujera al español las noticias que llegaban en francés o inglés por las agencias France-Press, UPI (United Press International) o Associated Press (AP).
El jefe máximo del tinglado era un ectoplasma de aspecto ruin y bien ganada fama de mala leche que respondía siempre en gruñidos al nombre de Don Manuel Marañón.
No sé por qué (seguramente mi turno particular comprendía el horario completo y otros más veteranos lo empezaban después de las tres o antes de las nueve) al último mono llegado a aquella monería de redacción le tocó coordinarla.
Consistía la tarea en traducir noticias y distribuir a los demás las noticias que debían traducir.
Una aciaga mañana, cuando don Manuel Marañón llegó al cubículo acristalado desde el que aterrorizaba a todos los que no teníamos más remedio que dejarnos aterrorizar, me convocó a su presencia:
“Mire usted”—me conminó—“en ésta casa no existen Pablo Casals, Pablo Neruda ni Pablo Picasso”.
Recordé que había dado a traducir una información en la que se hablaba de Neruda y, aprendí la lección: el que niega lo que es no engaña a los demás sino, ante todo y sobre todo, a sí mismo.