jueves, 13 de abril de 2017

COFRADIAS O PARTIDOS

Muy a regañadientes podría aceptarse como verdad lo que evidentemente es falso: que todos los hombres somos iguales.
Pero, lo mismo que los hombres necesitan tutela de sus mayores mientras sean menores de edad, el grupo de hombres que se conoce por pueblo también precisa verse forzado a tomar decisiones por su cuenta y sin la protección de los mayores, que es el gobierno.
Los gobiernos son los tutores de los individuos que, por no haber sido educados para que adopten sus propias decisiones, siguen necesitando que les pongan la mesa y les laven la ropa.
Un suponer, los españoles.
¿Cómo se las apañarían los ciudadanos de España si el gobierno no les proporcionara comida para comer, techo bajo el que vivir, escuelas para aprender lo que al gobierno le interese, carreteras para ir de donde el gobierno quiera, o clínicas donde te operen de enfermedades que el gobierno decida que merecen ser operadas?
Malamente. Los españoles siempre fueron, son ahora y serán siempre lo que el gobierno quiera que sean, por mucho que los que mandan los engatusen con el cuento de que mandan porque los que obedecen les han pedido que manden.
¿Y eso es bueno, es malo o es regular como los de regulares-2, el feroz regimiento en el que los más aguerridos de los sanguinarios españoles del sanguinario Franco servimos a España?
Si sarna con gusto no pica, los españoles seguirán obedeciendo al gobierno que les toque en desgracia, como vienen haciendo desde hace tres mil años.
¿No hay entonces alternativa que permita a los españoles organizarse a sí mismos como les dé la gana y no como le dé la gana al gobierno?
La hay.
O, por lo menos, yo la vislumbré cuando, espectador imparcial desde las alturas de un balcón, presencié anoche el paso de un desfile procesional de Semana Santa.
Como los que mandan en el pueblo son ateos por imperativo ideológico, ni un mandamás de esta democracia interesadamente laicista caminaba entre los organizadores de la procesión, por miedo a que los acusaran de ser tan retrógradamente cristianos como los jerarcas políticos del tenebroso franquismo, y eso pudiera costarles votos en la próxima mascarada electoral.
¿Y cómo se desarrolló esa manifestación religiosa sin tutela política?
Como la seda. Divinamente gracias a que ni los gobernantes que antes lo hacían en nombre de Dios ni los que ahora se ausentan para que no los relacionen con Dios, entorpecieran el buen orden y el estruendoso concierto de las bandas de música que amenizaban el desfile.
Al espectador pasivo del acontecimiento que era su servidor, el buen desarrollo de la procesión sin necesidad de políticos que enturbiaran su la brillantez ni interfirieran el buen orden del evento le abrió de par en par las puertas de la esperanza para ésta España mangoneada siempre por intrusos.
Y es que la selección de responsables de las diferentes tareas de la procesión, el trazado de su recorrido, la contratación de colaboradores externos, la recaudación de los gastos, la administración de los desembolsos y hasta la difusión publicitaria habían corrido a cargo de las hermandades procesionales.
Porque ni gobiernos electos por sufragio popular ni encaramados por la fuerza al poder se habían entremetido en la organización y desarrollo de la procesión.
Uno, en su visionaria adivinación del futuro, contempló desde el balcón una España hasta esa noche inconcebible y a partir de esa noche más que probable:
Una España organizada en núcleos de voluntarios que, sin interferencia de espadones ni políticos profesionales, hagan lo que crean que deben hacer y cómo hacerlo.
Un sociedad civil española en la que los cofrades asuman tareas por la simple satisfacción de hacer lo que quieren hacer y no porque les ordenen hacerlo o porque les convenga obedecer.

Una España regida desde cofradías semanasanteras y no por partidos políticos en los que la sumisión al líder se recompensa con un asiento preferente en el banquete.