domingo, 23 de abril de 2017

LOS NIÑOS DE LOS TOREROS

Por lo que me cuentan  los de mi pueblo que acudieron a la plaza de toros atraídos por la nostalgia, lo que en ella vieron los convenció de que lo de antes era mejor que lo de ahora.
Vieron cómo dos de los niños de El Cordobés y uno de Pedrin Benjumea volvían al pueblo del que sus padres huyeron para encontrar fuera lo que aquí no había: la manera de hacerse rico sin haber heredado la riqueza.
El reencuentro con el pasado que la mayor parte de los espectadores no conoció me dicen que fue “entretenido”.
Pero de ahí, quizá para no comprometerse, no pasan.
¿Se entretuvieron viendo cómo los toros embestían a los toreros, cómo los toreros evitaban que los corneara el toro o simplemente por el ambiente festivo en el que la ocasión los volvió a juntar como los junta casi todos los dias?
Esa es una pregunta que uno no puede responder porque prefirió quedarse con la nostalgia intacta de los días que se emocionaba viendo torear a los padres de los que ayer intentaron imitarlos.
Y, ¿por qué?
Porque los años le han enseñado que lo bueno de verdad, lo que de verdad es bueno en el negocio relacionado con el toro, no es tanto ver cómo los matan sino comerse un buen chuletón de vacuno ya muerto.
Con un buen vino y un toque de chimichurri, naturalmente.

Y, después, extasiarse admirando cómo se mataban entre ellos los humanos, en aquél falso Oeste inventado por el cine.