martes, 25 de abril de 2017

CAMBIOS Y CAMBIAZOS

Desde que mi paisano el cardenal Portocarrero dio el cambiazo al pasarse del bando austríaco al francés para la sucesión de Carlos II, el cambio es el factor político determinante  de la política española.
El de Portocarrero sí que fue un cambiazo y no el cambio que los actuales partidos políticos predican, consistente solo en que, en vez del Rajoy del PP,  mande desde Madrid el mismo perro, pero con diferente collar.
Porque el collar le sirve al perro para poner a salvo el pescuezo propio mientras muerde el pescuezo del perro que lo quiere morder.
En ésta España que nos preocupa tanto hubo una ocasión perdida de cambio y todo lo demás no ha pasado de intentos de cambalache.
Como desde Isabel y Fernando siempre han sido más o menos extranjeros los que han mandado en España, la España siempre obediente ha seguido el rumbo que le marcaban los reyes extranjeros que mandaban, generalmente en favor de los intereses de sus países de origen.
¿Y eso no ha cambiado decisivamente desde que la bandera de ese anhelado cambio la ondean los díscolos redentores de Podemos?
Pues no.
Los de Podemos, menos que ninguno de los otros partidos a los que quieren desplazar para mandar ellos: las de los moros de Persia y las de los desquiciados de Venezuela, sus dos garantes para subvencionar el gasto de sus travesuras.
Así que el cambio tan deseado por los españoles consiste ahora en que, en vez del IBEX, la Union Europea, el imperialismo yankee y la casta nativa, manden en España los hambrientos venezolanos y los tolerantes imanes iraníes.
En definitiva, que el cambio que los de Podemos y sus achichicles proponen  consiste en:
a) seguir como los españoles vivimos, deteriorando lentamente la calidad de nuestra vida, o
b) Vivir como los persas y venezolanos viven sus vidas: sin comida que los engorde, ropa con que cubrir sus desnudeces ni papel higiénico con el que limpiar lo que se ensucie.
Que lo decida la democracia, ese sistema que impide culpar a los dirigentes electos por el pueblo de las desgracias que al pueblo le ocasionen los que gobiernan.

Y es que, de los errores, tropelías o raros aciertos del gobierno elegido, los responsables son los que lo eligieron, no los electos.