jueves, 20 de julio de 2017

FUTBOLISTAS Y ESCLAVOS



Uno de éstos días en los que remita el vaho del calor estival y deje la mente despejada  habría que pensar en la esclavitud, en las esclavitudes.
En éstas semanas previas a la fecha de inicio de las competiciones de fútbol es inevitable la  asociación de ideas  entre la moderna forma de esclavitud y la tradicional.
Los esclavos de ahora, los futbolistas, cambian de residencia igual que lo hacían los ciudadanos británicos condenados en la metrópoli por un tribunal inglés a esclavitud temporal en las colonias americanas.
Como les ocurre a los futbolistas de postín, el club con el que tiene contrato de servidumbre deportiva cede el usufructo de sus habilidades a otro club que pague su tarifa de liberación para usufructuar sus servicios.
¿Es malo ser esclavo y bueno no serlo?
En el caso de los futbolistas y en el de los esclavos negros que salen en las películas como víctimas de un trafico inhumano de personas humanas, no.
El futbolista traspasado gana más en su nuevo club que en el antiguo, lo celebran los aficionados del equipo al que llega con más fervor que los hinchas del que salió y estrena oportunidades de satisfacción ya satisfechas en el que dejó.
¿Y eso qué tiene que ver con los esclavos negros de las películas?
Con el de las películas, nada pero con los esclavos negros que las películas han popularizado todo.
Un suponer: los esclavos negros de las plantaciones de los que eran propietarios sus amos blancos tenían una esperanza de vida ocho años superior a la de los obreros libres y blancos en los estados industriales del norte.
Los esclavos negros comían cada día, trabajaran o no, mientras que el obrero blanco y libre no comía si no trabajaba,y los hijos de los esclavos tenían garantizada la atención alimenticia y sanitaria no por altruismo sino porque, como formaban parte de la fortuna del amo, su bienestar beneficiaba al dueño.
Más o menos, un esclavo adulto se cotizaba al mismo precio que se pagaba por una parcela de 80 hectáreas de tierra labrantía.
El hacendado esclavista, que sería todo lo malvado y son of a bitch que se quiera, pero no era tonto, cuidaba a cada uno de sus esclavos como mimaba cada parcela de su hacienda.