La de recibir y difundir
información y opiniones es uno de los derechos humanos, civiles,
constitucionales, políticos o lo que sea que debe garantizar una sociedad
moderna.
Pero, ¿sin límites en cuanto a la
forma patriarcal, anónima, dictatorial o democrática en la que esa sociedad se
haya estructurado?
Los expertos discrepamos pero
coincidimos en que, si esa libertad es imprescindible en las dictaduras, puede
que sea necesario, y hasta ineludible, limitar y hasta prohibir ese derecho en
las democracias.
Pongamos un ejemplo para
entendernos: los periódicos, los comentaristas de radio y hasta los tertulianos
de las televisiones coinciden una vez más en que Mariano Rajoy es un Babieca.
Pues resulta que, como ese Babieca
ocupa el cargo que detenta por delegación de los que en unas elecciones
abiertas a todos lo prefirieron a otros adversarios, Rajoy sería la encarnación
de los que lo eligieron, en realidad los babiecas por haberlo elegido.
¿Y criticar a un dictador también
sería una desconsideración para los que, por asenso o consenso, le facilitaron
el ejercicio de su tiranía?
Nada de eso. Al dictador se puede
y se debe criticar.
¿Y por qué no se le critica?
Porque el dictador suele castigar
la crítica encarcelando o fusilando a sus detractores y, evidentemente, se le
debería criticar si el dictador no tuviera entre las prerrogativas de su
dictadura encarcelar y hasta fusilar a los discrepantes.