lunes, 24 de julio de 2017

BAJO SOSPECHA



Los que tenemos edad para establecer la diferencia sabemos que cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Y es lógico porque en el pasado éramos jóvenes y en el presente somos viejos.
Como cada cual cuenta la feria según le haya ido, ¿qué penuria resulta agobiante para el que la afronta desde el vigor de la juventud y qué contratiempo no es tribulación en la vejez?
Y es que la desgracia y la felicidad son conceptos ambiguos y tan polivalentes como el número de individuos que los experimenten.
Un suponer: mandar a alguien a que le dieran por donde amarga el pepino era desearle una desgracia a muchos de los que ahora lo consideran una necesidad anhelada.
¿Y el prestigio social de los que tenían más de lo que necesitaban?
Antes eran la esperanza de los que nada tenían y de todo carecían.
Ahora son individuos en liberad condicionada al descubrimiento de indicios que despierten sospechas que conduzcan a su encarcelamiento por ladrones.
Y es que la gente normal, la que se dedique a profundizar en la metempsicosis, en la belleza de la fealdad o en la fealdad de la belleza, bailamos sobre un volcán a punto de erupción.
En cuanto no necesitemos a los que manden nos encarcelarán.
Y con lógica: el que no necesite al que esté mandando es porque complota para que manden otros.