Imperceptiblemente,
porque no hay por ahora cañonazos, se está librando una nueva guerra civil en
España para que los que la ganen empeoren la España de los que la pierdan.
Más que una
guerra simple y limpia, es ésta una revolución sutil y ponzoñosa: no habrá vencedores
ni vencidos porque los que la están ganando acabarán mandando no en un país,
sino en un manicomio.
Como todas,
ésta revolución entra también de este a oeste y, cuando fatalmente triunfe, será inevitable añorar los tiempos
prerrevolucionarios.
Asi pasó cada
vez que, como los griegos, los romanos o los musulmanes, alteraron para
envilecerla la plácida manera de vivir de los nativos, los cándidos y
sentimentales iberos.
Del este, también,
viene la nueva revolución destinada a erradicar lo que todavía sobrevivía de la
esencia de España: las corridas de toros.
Las Islas
Baleares se empinan sobre el mar Mediterráneo, al este de España por lo que la
revolución que de allí llegue tiene garantías de extenderse hacia el Oeste,
hacia la España continental.
Cuando se
implante en toda España la revolución nacida y procedente del revolucionario
este español, éstos tiempos de ahora que nos parecen aciagos los recordaremos
como una edad idílica.
Imagínense:
¿Cuál es el paradigma, de la forma de entender la vida de la España actual y
pasada?
Las corridas
de toros, sin duda, en las que hombre y fiera luchan por sobrevivir con armas
diferentes pero igual de letales: el toro con los sables de sus cuernos y el
torero con la espada de su estoque.
Como todas las
revoluciones, la balear se asienta en la falacia de suprimir los privilegios de
los que manden para que los hereden los que aspiren a mandar.
A partir de
ahora, a los toros de las corridas no se les podrá hacer sangrar y por
consiguiente, darles muerte de una o varias estocadas.
Pero al toro
no se le prohíbe que le de con sus defensas, que son sus cuernos con perdón, un
viaje que despance o descorazone al torero.