Ese sinsorgo de Pedro Sánchez, del
que los socialistas no se libran ni con fumigación aérea, ha vuelto al trigo,
como la burra.
El trigo de la burra que es Pedro
Sanchez es pedir a Mariano Rajoy que dimita.
Hasta en sueños debe hacerlo
porque es su obsesión monomaníaca.
Si sigue sin caer una gota de agua
en éste secarral que es España, no habría que bombardear con yoduro de plata
cualquier nube que aparezca en el cielo, sino que dimita Mariano Rajoy.
Se había empecinado en que el
presidente del actual gobierno, al que quiere suceder, declarara en los
tribunales para que confesara que el Partido Popular se financia con dinero
robado y, como no ha declarado lo que Sánchez quería, ha vuelto a su crónica
exigencia: que dimita Rajoy.
Uno, en su ignorancia, duda en la
conveniencia para Sanchez de su monomanía.
Si echamos volar la imaginación
hasta las alturas siderales de éste tórrido verano, puede que el mal de las
alturas enajene la mente y creamos que Rajoy ha dimitido como Sánchez le exige.
Y que, como de esa dimisión
espera, las mentes alucinadas de los españoles lo hicieran presidente del
Gobierno.
Puede que a destiempo se
percataran de que Guatemala es más soportable que Guatepeor.