¿Por qué los
que no saben siquiera si Venezuela está en el hemisferio norte o sur dictan
doctrina sobre el laberinto chavista de Maduro y la manera de retroceder a
callejones sin salida anteriores a Chaves?
Uno anduvo por
allá en unas cuantas de ocasiones, cuando se turnaban en el robo de Venezuela los
“adecos” socialdemócratas y los
“copeianos” democristianos.
Era entonces
un robo discreto y sistemático, sin prisas pero sin pausas, y lo robado era en
botín discretamente convenido entre los ladrones alternantes.
Ilustremos la
teoría con la prueba tangible del ejemplo: una de las veces que por allí pasé
fue para informar sobre la inauguración de una factoría que Pegaso había
construido en Cumaná, uno de esos paraísos caribeños que parecen ideados para
rodar películas de vidas felices amenizadas por el riesgo.
De vuelta a
España, me encontré en el aeropuerto de Caracas con Aristide Calvani, con el
que mantenía relación amistosa desde que nos conocimos en uno de sus viajes
como ministro de exteriores venezolano a Washington, donde yo por aquel tiempo
vivía y trabajaba.
Aquel domingo se
celebraban elecciones, en las que se jugaban la presidencia el candidato que
sucedería a Carlos Andrés Perez por los “adecos” y Luis Herrera Campins, por
los copeianos.
Como Calvani
me pronosticó y le trasladé a Oreja, Pegaso tuvo que renegociar el acuerdo al
que había llegado con los antiguos gobernantes venezolanos y la prometedora
vida de la Pegaso venezolana no salía de un contratiempo para meterse en otro.
La inseguridad
jurídica propia de los países que cambian sus leyes al gusto del que, en cada
momento, gobierne.
Y ahora
gobierna Venezuela un schauffeur de autobús empecinado en llevar a los
pasajeros, aunque vomiten, por el camino que a él de le la gana.