Aunque achacoso y burriciego, menos derecho que una vela pero como siempre
aflamencado y con gorrilla de felpa a cuadros, todavía se deja ver por las
aceras de las calles de mi pueblo “El Verdolaga”, que fue hasta mediados del
siglo pasado corredor y tratante de ganado.
Al Verdolaga,
que en la iglesia le pusieron Serafín y al que sus paisanos le dicen Ferafin
cuando les interesa que les haga un favor, he recurrido para que me aclare una
duda.
Acostumbrado
como estaba en las ferias de mayo y agosto a calibrar los cochinos, becerros,
mulos y otros artículos comprables o vendibles, le pregunté cuanto, más o
menos, podría pagarse por Neymar.
--“Pos pa mí”,
me respondió cuando le mostré un retrato del futbolista, ”como pesará entre
seis y siete arrobas, que es más o menos lo que pesa un becerro limousin que no
vale más que para carne, por unos 250
euros estaría bien vendido”.
Aunque me fío
del Verdolaga, busqué una confirmación de que no se había equivocado y comprobé
que acertó: Neymar pesa unos 70 kilos,
según haya jugado o no un partido antes o después de pesarlo, dice el
sabelotodo google.
Con esa
información como base, el segundo paso era averiguar si el vendedor había
engañado al comprador o había sido el segundo el que engañó al primero.
Hasta la
compraventa de Neymar, la carne que había alcanzado mayor precio era la de los
bueyes japoneses de Kobe, unos mil euros el kilo.
Así que, si el
Barcelona hubiera cobrado al Paris Saint Germain 70.000 euros por venderle a
Neymar, ya habría igualado el negocio del siglo.
Al cobrarle 222
millones de euros, ha cobrado más de tres millones de euros-kilo por Neymar.
No ha sido el
de la venta de Neymar, pues, el mejor negocio del año, ni siquiera del siglo.
Ha sido el
negocio más rentable en toda la historia de la humanidad.