Cuando el
generalísimo ni siquiera se resfriaba, un militar retirado se asentó en mi
Palma del Rio y, en la ancha avenida
orientada al Norte, abrió el Bar Guanche, con su terraza y todo.
En esa
terraza, durante la noche, resbalaba el aire que soplaba desde la sierra y los
parroquianos esperaban divinamente hasta que la madrugada los empujara hacia
sus casas.
Todavía antes,
la gente esperaba durante horas, sentadas en las puertas de sus casas o en
sillones que los bares sacaran a sus puertas, la llegada del fresco aliento con
que se anuncia el día.
La gente de
hoy, que es igual que la de ayer y que la de mañana, sigue haciendo lo mismo
porque el mismo calor que hacia antes lo hace chispa más o menos ahora y, a la
gente humana de ahora, le fastidia tanto el calor o el frío como a la de antes.
La única
diferencia apreciables es la manera de decir
donde se sientan esperando que refresque.
Ahora lo hacen
en lo que llaman pomposamente chill-out que así, literalmente, quiere decir “exterior fresco”, a lo que los antiguos
llamaban terrazas.
Es menester
ver lo que hemos adelantado y, sin embargo, por mi pueblo seguimos cociéndonos
en nuestro propio sudor en cuanto pasan los carnavales.