“¡Perded toda
esperanza los que entráis!” (Dante,
“La divina comedia”)
No es del todo
un infierno, pero de la Democracia a la que condenaron a los españoles va ya
para medio siglo tampoco hay manera de librarlos, y muchos menos, votando.
Que no insistan
los que crean que votando en favor del adversario del que maneja ahora el tizón
ígneo se librarán de la condena perpetua.
Sea el que sea
el jefe de los demonios que reparte los tizones para carbonizar a los
ciudadanos condenados a vivir en ésta democracia, el padecimiento continuará
con más o menos saña.
Todos los
pecadores, en el fondo de sus almas, son unos ingenuos.
Creyeron que
desaparecerían los demonios si, en vez de torturarlos el que por su exclusiva
voluntad los manejaba, los condenados a obedecer escogieran de entre varios
equipos demoníacos no al que creyeran no mejores, sino menos crueles.
Gracias a los
votos de los que se obligan a obedecerlos mandan ahora los que mandan.
Por lo menos
antes cabía protestar porque el que mandaba lo hacía sin la aquiescencia de los
que sufrían las consecuencias de su tiranía.
Pero, ¿con qué
razón nos quejamos de los que ahora nos torturan, si sufrimos lo que nos hacen
sufrir porque los encargamos nosotros mismos para que administren nuestros
sufrimientos?
Con la dictadura,
por lo menos, los españoles tenían derecho a quejarse.
Ahora, ni eso.
Estamos peor
que antes. Hasta el derecho al pataleo nos han quitado.