Desde que se libran
guerras, el apoyo que los combatientes reciban desde su retaguardia ha sido
determinante para su victoria o su derrota.
Garantizar la
comunicación entre las avanzadillas, el cuerpo de ejército y las zonas amigas
desde las que partió el ataque inicial es la mejor garantía de victoria.
En ésta
guerra que ha declarado el Islam a los que merecen morir por no acatar los
preceptos de su creencia, el papel de la retaguardia atacante es más determinan
te que nunca.
El ataque contra
el enemigo cristiano no se inicia en territorios lejanos, sino en el corazón
mismo del país que ha de sufrir el ataque.
Los agresores
instalaron en las grandes ciudades de los países enemigos concentraciones de
ciudadanos leales, que están sirviendo de retaguardia segura para los que les
toque el papel de golpear con violencia al adversario.
Los
terroristas islámicos parten de territorio controlado por ellos, aunque dentro de
espacios nominalmente enemigos, para matar a los que se merecen ser matados por
no aceptar su religión.
No es posible
derrotar a los terroristas musulmanes mientras controlen los barrios en los que
se concentran para urdir atentados y regresar después al amparo de sus vecinos,
que por simpatía o miedo los encubren.
Para poner
fin al terrorismo islamista hay que transformar en terreno hostil el ambiente
amistoso del que parten para matar y al que regresan después de haber matado.
El silencio
cómplice de sus vecinos y conocidos se convertiría en cooperación contra el
terrorismo islámico si se expulsara a unos centenares de sus vecinos musulmanes,
por cada atentado terrorista cometido por sus correligionarios.
Se
conseguiría convertir en delatores interesados a los que, hasta
ahora, por miedo o afinidad religiosa, encubren a los terroristas.
Es ésta una
guerra de hecho del Islam contra los no musulmanes.
Una guerra en
la que, para los terroristas, no existen los escrúpulos morales, que se
autoimponen las víctimas.
Para
equilibrar las condiciones del enfrentamiento, estaría justificado que los
agredidos utilizaran todos los recursos a su disposición, como hacen los
agresores.
Que las hasta
ahora víctimas no renuncien a ser victimarios.
Eso, o que
los cristianos que quieran evitar que
los musulmanes los victimicen, se apresuren a proclamar que no hay más Dios que
Dios.