martes, 5 de septiembre de 2017

DE LLUVIAS Y SEQUÍAS



Este mundo puñetero en el que nos han puesto para vivir esta hecho muy malamente.
Un suponer: hace nada y menos, un huracán encharcó medio estado de Texas y dejó a la ciudad de Houston convertida en un palafito, que son concentraciones habitacionales levantadas sobre el agua.
Ahora, otro huracán les quita el sueño a las islas del Caribe y, por si fuera poco, hasta a la Florida, ese estado del sureste de los Estados Unidos que podría quedar tan anegado que solo se salvaría del caos su fuerte de San Agustín que, por haberlo levantado los españoles piedra a piedra, no le teme a las lluvias huracanadas.
Lo que está pasando en los últimos siglos con aquella zona del mundo y lo que pasa en esta, que es mi Palma del Río, es una demostración palpable de que no somos iguales por naturaleza, sino diferentes.
Mientras que en aquella parte del mundo el agua sobra, aquí falta.
Todo lo que ha llovido en los últimos meses, tan largos que todos parecieron tener 31 días, es lo contrario de lo que pasa habitualmente en el Caribe y la costa sureste de Estados Unidos:
En los últimos tiempos, por aquí, las precipitaciones lluviosas  han sido las 23 gotas por metro cuadrado que cayeron hace una semana.
Bien está que el observatorio meteorológico local calificara de “gordas” a las gotas caídas, pero en 23 se quedaron.
Y ni siquiera queda en mi pueblo el recurso de mandar aviones que bombardeen las nubes con yoduro de plata para provocar la lluvia.
Ni una nube se ha atrevido a aparecer por aquí en los últimos tiempos.
Pensando estamos muchos de mis paisanos en trasladarnos en masa al Caribe para que, al cambiar de residencia, cambien nuestras vidas.