Allá por 1094, los almorávides estaban
a punto de tomar el pueblo de Cuarte sin que los cristianos, mandados por el
Cid Campeador para intentar levantar el cerco, tuvieran posibilidad segura de
conseguirlo.
El mítico capitán cristiano
ordenó a parte de los suyos que se liaran sus mantos a la cabeza para que
parecieran los turbantes de los sitiadores y los mandó embestir por su retaguardia.
De aquél legendario encuentro
entre enemigos irreconciliables se deriva la expresión “liarse la manta a la
cabeza”, que equivale a pasar al ataque sin tener en consideración las
consecuencias de una posible derrota.
Eran tiempos diferentes a éstos aquellos del sitio de Cuarte.
Entonces, cuando los almorávides
y el Cid, lo importante era vencer derrotando al enemigo.
Ahora, cuando la democracia ha
alterado las prioridades para condicionar el fin a los medios, lo que importa
es la supremacía de los números.
Ganan los más y pierden los menos.
Como si los hombres fueran
tornillos fabricados en serie. Uno igual que otro.