jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS CONEJOS DE VENEZUELA



La prehistoria, como su nombre sugiere, es ese oscuro tiempo del que solo quedan rastros fósiles que siglos después cimentan la historia, el relato de acontecimientos de los que se conservan testimonios orales o escritos.
Un suponer: en la Venezuela prehistórica sus habitantes seguramente echarían a la cazuela todo bicho que corriera o volara y, gracias a su consumo como alimento, tiraban p,alante  hasta que los españoles llegaran y los metieran en la Historia.
Una vez en ella, ¿es posible  que la Historia retroceda tanto que pueda, incluso, volver al principio de los tiempos, en el que los hombres postcaníbales se comían los bichos que cazaran o pescaran?
Lo es.
Hay un pueblo, el venezolano, que retrocede a costumbres anteriores y vuelve a comer bichos después de haberse alimentado, con el dinero del petróleo que vendían, únicamente de lo que en el extranjero se producía.
Los sociólogos e historiadores señalan a dos hombres como los genios que han conseguido que la historia de Venezuela retroceda en vez de avanzar: el desaparecido militarote Chaves y el autobusero Maduro.
Ha sido al segundo al que se le ha ocurrido la idea de que, como los venezolanos ya no pueden convertir en comida el dinero del petróleo que venden fuera, produzcan por sí mismos las proteínas que consumen.
Así que mandó reintroducir en la dieta de sus compatriotas de hoy lo que había sido base de la alimentación de los primitivos venezolanos.
Dicho y hecho: teniendo en cuenta el alto contenido proteínico de la carne de conejo y que cada coneja pare una camada de entre ocho o diez conejitos que dos meses más tarde evolucionan a dos kilos de proteínas, mandó repartir entre los hambrientos venezolanos ejemplares de conejos para que criaran conejitos comestibles.
La idea era brillante, pero…
Cuando mandó inspectores para que le confirmaran el éxito de su brillante iniciativa le dijeron que la gente les había puesto lacitos a los conejos que les había proporcionado como base alimentaria.
Los vicios que genera la abundancia echan raíces más profundas que las de la necesidad.