domingo, 20 de mayo de 2018

IGLESIAS Y LA ENVIDIA


Puede que, si no la más grave, la de la compra del rancho en la antesierra madrileña haya sido la cagada más apestosa de la carrera política de  Pablo Iglesias e Irene Montero, su consorte porque comparten suerte y responsabilidades políticas y familiares.
No es que, siendo azote de ricos y faro de pobres deberían haber evitado comprar el aparatoso rancho que han comprado, en un barrio donde el costo de las viviendas es el más eficaz apartheid contra los pobres.
En política, el sector económico laboral en el que ambos medran, es menos determinante conseguir objetivos que la manera de alcanzarlos.
Un suponer: Pablo e Irene, que se ganan la vida amargando las vidas de los ricos, actúan como ellos acumulando capital para su provecho personal, en lugar de confiar en el Estado para que les proporcione lo que necesitan y cuando lo necesiten.
En concreto, todavía están a tiempo de:
a) Proponer a los dirigentes de Podemos, a sabiendas de que aprobarán lo que les propongan, que el partido sea el que se haga cargo de la compra y mantenimiento de la finca adquirida por su líder y su colideresa.
b) El partido, con fondos recaudados entre sus militantes, se comprometerá a mantener las condiciones de apariencia, habitabilidad y comodidad de la residencia del líder.
c) Todos los gastos que genere el mantenimiento de la buena apariencia, dignidad, habitabilidad y comodidad de la residencia oficial del líder los solventará el partido con fondos procedentes de las cuotas de militancia o aportaciones extraordinarias.
d) El partido garantiza a Pablo Iglesias la perpetuidad de su liderazgo para evitar que la sensación de provisionalidad por la relación directa entre su condición de máximo dirigente de Podemos y el disfrute de la residencia merme la eficacia de su gestión.
“Si el Estado al que aspiramos satisfará todas las necesidades de los ciudadanos, también debe disponer de todos los recursos materiales y humanos de la nación para posibilitar su promesa”, explicó el connotado analista que funge como mero mero de un programa televisivo y  que se llama algo así como “todos los rojos son unos vivos”.

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