¿Puede nadie decir en serio que la capacidad
de hablar es privativa del hombre porque es el único animal capaz de pensar?
¿Y si el
hombre, por ser hombre, fuera incapaz de interpretar el lenguaje con el que
transmiten sus pensamientos los demás seres vivos?
¿No será la
pretendida singularidad del que intenta segregarse de los otros una velada
admisión del miedo al que podría ser superior por ser diferente?
Si así fuera,
solo a un enajenado pretencioso se le ocurriría decir, por ejemplo, que está
orgulloso de ser español.
O que es gay,
invertido, sarasa , lesbiana o como quiera definirse el que sus preferencias
sexuales discrepen de la apariencia que homologa a los del sexo que aparenta.
La gestalt, o
psicología de la configuración, sentencia que
el todo es mayor que la suma de las partes y, como es una corriente
psicológica de procedencia alemana, debe ser cierta.
Traslademos al
rudo y vulgar día a día de nuestra rastrera existencia la superior sabiduría
alemana y, por una vez y sin que haya nunca más una segunda, hagamos con ella
un apósito para curar la herida española, que es Cataluña.
¿No se percatan
los insensatos separatistas de que si “el todo es mayor que la suma de las
partes”, a cada catalán escindido de los demás españoles le tocará menos en un
hipotético reparto que si continuara integrado en el conjunto de España?
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