El que está
atravesando la humanidad se conocerá en el futuro como “el tiempo de la
evanescencia”.
Como los
planes quinquenales en los que el gobierno planificaba el futuro a cinco años
vista, también ahora el futuro se fracciona en partes, como las letras en la
venta a crédito.
Está
programada la obsolescencia de lo que se fabrica , se usa o se organiza.
A partir de la
fecha de caducidad prevista, es el azar el que determina la supervivencia.
Es una manera
revolucionaria de entender el futuro y, como consecuencia, de organizar el
presente.
Si la
solidaridad organizada asegura las necesidades vitales del individuo, ¿para qué
preocuparse de su futuro?
Si esa misma
solidaridad que garantiza su futuro le asegura su presente, ¿qué necesidad
tiene de obsesionarse por el futuro ni de esforzarse por su día a día?
Sabios de la
era más sabia de la Humanidad, identificada con el Grecia de los dioses y los
filósofos, llegaron a la conclusión de que el objetivo de la vida humana es
lograr la felicidad procurando el placer y evitando el dolor.
El hombre
actual ya acaricia con la yema de los dedos el suave roce de la felicidad.
Ya se percibe
desde la tierra el olor a incienso de la gloria.
Gloria
superior a la que algunas religiones prometen porque no solo serán felices las
almas sino, sobre todo, los cuerpos.