Cuando era puro
e inocente porque todavía no lo habían envilecido las llamadas redes sociales, uno
creía en lo que, después de haberlo visto o/y
oído, le convenía creer.
Ahora,
afortunadamente, ya no es así.
Ya se ha
volatilizado el reconcomio de la duda porque si uno cree lo que la mayoría cree
puede equivocarse pero con el consuelo de que habrá sido un error al que te han
inducido los demás, y sus consecuencias serán más leves porque tendrán que
compartirlas todos los equivocados.
Un suponer: lo
de ser uno el responsable de que un gobierno en cuya elección participaste fueras
tú el que lo escogiste para que te fastidiara.
¿Qué
inverecundia mayor que la de protestar por las fechorías de las que te haya
hecho víctima el que tú mismo elegiste para que te victimizara?
Ese es el mayor
contrasentido de la llamada democracia: protestar por decisiones del que
elegiste para que decidiera.
Si el gobernado
tiene una necesidad irrefrenable de disentir de lo que estima que ha sido una
cabronada del que gobierna, su protesta solo tendría sentido en una dictadura,
que manda en contra del pueblo sometido.
Pero protestar
contra decisiones de alguien que ha sido elegido es una inverecundia.
De todas
formas, protestar contra el gobierno es una extravagancia:
En una
democracia el que protesta lo hace contra sí mismo.
En una
dictadura, además de que no sirva para nada la protesta, te pueden moler a
palos.
Eso sí, cuando
se emberracan los que protestan y contagian su mala leche a los que les pagan
por evitar la protesta, se jartan a palos los unos a los otros.
Pues si tanto
las democracias como las dictaduras encabronan a los que obedecen (sea
obediencia consentida o forzada), mejor desahogar la mala leche natural viendo
películas del Oeste.
--Por cierto
que los espectadores de derechas simpatizan con los del séptimo de caballería y
los de izquierdas con los de Nube Roja, naturalmente.