Miedo me da escribir lo que voy a escribir,
pero mi obligación para con la Humanidad me fuerza a escribirlo para retrasar
lo más posible la ya aparentemente inevitable tragedia.
Me topé por la
calle hace unos días con mi amigo Toñin, de la casta de los Pandehigo, familia
de labradores y antiguos arrieros, todo ellos gente de orden y buen corazón.
Todavía balbuciente
y nervioso por haber visto lo que había visto y, sobre todo, por haber oído lo
que había oído, me relató que …y abro
comillas para ceñirme al texto…
“… como no
escampaba porque no llovía y hasta que no escampe después de llover no hay nada
que hacer en la haza (“porción de tierra dedicada al cultivo”, según la RAE),
“me fui a ver qué es lo que pasaba con ese Puigdemont del que tanto hablan”.
Así que mi
curioso amigo se fue a Waterloo, no para ver el lugar donde le habían parado
los pies a Napoleón, sino donde reside el que esta pidiendo a gritos que le
paren los pies en Cataluña y nadie se atreve a parárselos.
La del crepúsculo
sería (hora propensa a la meditación, la nostalgia y la melancolía) cuando,
gazapeando entre arizónicas, aligustres y conoásteres, llegó al muro de la gran
casa-vivienda de la que salía la reconocida música de un pasodoble, que una voz
con acento marcadamente catalán más que cantar sollozaba…”ay, de mi, no soy
feliz,¿por qué salí de España…”.
Contagiado por
la triste angustia de aquella voz, mi paisano Pandehigo retornó inmediatamente
a su pueblo, a su región, a su Patria.
Y me dicen
otros que también han hablado con él que, cuando le preguntan por donde ha
andado, contesta con voz compasiva…. “pobre Puigdemont…”