Ahora que se
acabaron las excusas para no hacer nada, ha llegado el momento en el que, ya
con plenos poderes como presidente del gobierno, Mariano Rajoy se remangue y
empiece a hacer algo.
Ya empezó
nombrando ministros, que son como los encargados de las empresas que forman el
cartel que es España y ahora los encargados tienen que nombrar a los manijeros
que brieguen con y embriden a los capataces de cuadrilla que son los
funcionarios medios de la administración.
En estas
primeras decisiones gubernamentales será donde se forje el improbable éxito o
el inevitable fracaso del reelecto Rajoy y, por lo que se husmea, el futuro
tiene mala pinta.
Un suponer:
quieren hacer presidente de la comisión de exteriores del Congreso a Fernández
Díaz, el que manejó los pasados casi cinco años la paz y el sosiego en el
interior de España, como ministro del Interior.
Si lo quitaron
del cargo que tenía por no haber cumplido a plena satisfacción de Rajoy la
vigilancia del sosiego de la España que tan bien conoce por haber nacido en
ella, ¿cómo va a llevar las relaciones con el ancho mundo extraespañol, que
seguramente desconocerá más que lo que desconocía de España?
O esto de los
gobiernos no tiene pies ni cabeza o mandar es algo así como el jabón milagroso
que quita todas las manchas.
Y, si todos servimos
para todo o nadie sirve para nada, ¿para que queremos gobierno con lo caro que
sale mantenerlo y lo incómodo que nos resulta a los gobernados cumplir lo que
nos manden los gobernantes?
Mal va la cosa,
y no ha hecho más que comenzar a empezar.
Que la infinita
misericordia divina nos ampare contra las amenazas inmediatamente venideras, o
nos dote de resignación para soportarlas.
Como siempre, y en
todas las circunstancias de la vida, en las manos de Dios estamos.
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