sábado, 8 de julio de 2017

SAN FERMIN






Desde hace unos años, los sanfermines han recuperado el trasfondo que, bajo la fiesta tumultuosa del vino y el riesgo a la cornada mortal de los toros, esconde  el tormento del sexo.
El sexo como realidad física de un amor atormentado por incompleto, o el amor brutal incompleto porque se limita al sexo sin consentimiento de uno de los amantes.
Fué el amor imposible de reverdecer entre dos antiguos amantes el drama que sirvió de telón de fondo de la fiesta que universalizó la novela ·”The sun also rise” (hasta el sol se levanta), en la que Ernest Hemingway enmarcó la amenaza del toro negro condicionado para a empitonar a la multitud fugitiva.
El escritor recreaba el reencuentro en Pamplona de dos antiguos amantes que habían vivido la plenitud de su amor en Paris, interrumpido por la guerra en la que una herida dejó al amante incapaz de volver a completar su amor con la cópula.
Por la fiesta que es la Pamplona de los Sanfermines sobrevuela el ansia por reanudar su amor de años antes, que las secuelas de la herida imposibilita.
Amor limpio y romántico, amor casto a la fuerza porque el imposible intercambio de flúidos limita su exaltación en el momento glorioso de la consumación.
Al amor forzosamente casto entre un hombre y una mujer que se resignan a aceptar la imposible culminación lo ha reemplazado el turbio aparejamiento entre el macho en celo y la hembra reacia.
Es un amor mecanizado y sin liturgia, el impulso animal incontenible y sin preámbulos tan primitivo como el que empujaba al hombre sobre la hembra cuando todavía ni se había inventado el cortejo, que ya antecedía a la cópula hasta entre animales.
Amor que no es complicidad compartida sino tiranía impuesta.