viernes, 30 de enero de 2009

EL MORO QUE QUISO DEJAR DE SER MORO

De que nació moro quedan tan pocas dudas como de que lo registraron como moro en la escuela en la que estudió sus primeros años.
Se sabe que rezó como un moro más en la mezquita, que moro fué para sus conocidos, que es moro el nombre al que responde y que moros fueron su abuelo paterno, su padre y su padrastro.
Si pese a todo dice que no es moro habrá que creerlo, porque ¿quién se atreve, sin miedo a que le mande la sexta flota, a dudar de la palabra del Presidente de los Estados Unidos?
Diferente sería si, en lugar de llamarse Barack Hussein Obama, el presunto moro fuera George Walker Bush.
Sobraría, en caso de que la duda sobre las convicciones religiosas de Obama se refirieran a Bush, lo de “presunto” que, por cierto, es como en Portugal se conoce al jamón, del que los moros huyen más despavoridos que Satanás del agua bendita.
En contra de lo que creen lo que lo desconocen, el sistema político norteamericano tiene de folklórico solamente la apariencia porque el escrutinio al que se ve sometido el candidato a ser electo en los Estados Unidos, sobre todo si aspira a la Presidencia, deja en evidencia hasta lo más opaco de su pasado.
Evidentemente, Obama superó satisfactoriamente todas las dudas que su pasado pudieran proyectar sobre su actuación como Jefe del Estado. En caso contrario, no hubiera sido electo presidente.
Entre esas dudas, la más insistente era la sospecha de que Obama, que se declaraba cristiano, ocultaba su pasado musulmán.
Casi dos años antes de que el 4 de Noviembre de 2008 ganara las elecciones presidenciales, el director de la campaña electoral, Robert Gibbs, creyó necesafrio desmentir, y lo hizo de forma tajante,el supuesto islamismo del aspirante:
“El senador Obama”—desmintió rotundamente—“nunca ha sido musulmán”.
Pero dos meses más tarde, cuando informaciones difundidas confirmaban que solía acompañar a su padrastro, Lolo Soetoro, cuando asistía a las oraciones del viernes en la mezquita de Yakarta, matizó el mentís: “El senador Obama”—puntualizó—“nunca fue musulmán devoto”.
Naturalmente, ni aunque fuera el más ferviente seguidor del Profeta y de sus enseñanzas restaría legitimidad a su triunfo electoral ni limitaría la confianza en que, como Presidente, defenderá los intereses de los Estados Unidos, un país en el que la libertad no tiene otro límite que el de las leyes y en el que la Ley garantiza igualdad a los seguidores de todas las religiones y a los que no siguen ninguna.
Pero la reiterada declaración de Obama de que no es musulmán sino cristiano, ¿la admiten los musulmanes?
Esa es la duda que persiste porque, para los seguidores del Islam, la práctica de la religión no es condición indispensable para considerar musulmán a alguien, sino descender directamente por línea paterna de musulmanes.
El abuelo y el padre de Obama fueron musulmanes por lo que el Presidente de los Estados, aunque haya dejado de seguir los preceptos del Islam y se declare cristiano, para los ortodoxos de la fe de sus antepasados sigue siendo musulmán.
En ese caso Obama es, para los musulmanes integristas, un “murtadd”, un apóstata.
“Un hombre que abandone el Islam y la lucha por Alá y su Profeta debe ser muerto crucificado o privado de la vida”.
Son palabras coincidentes sobre el castigo a los apóstatas de los doctos islamistas al-Bayhaqi y al-Kubra en sus sunnas, la recopilación de dichos y hechos del Profeta, en que se fundamenta la ley islámica.