lunes, 21 de diciembre de 2015

PARÁBOLA: ELECCIONES DE LA LIBVERTAD


Creyeron que quienes les aconsejaban que no se fueran a donde querían irse lo hacían para no quedarse sin la ayuda en la que sustentaban su bienestar.
Había algunos que proponían marchar hacia el norte, los más audaces al oeste, los   otros al este y el resto al sur.
Solo coincidían en que había que escaparse de donde habían vivido, porque en en cualquier otro lugar vivirían mejor que allí.
Y se fueron a un incierto destino a medida que avanzaban sin rumbo determinado: Unos insistían en ir al norte, otros al sur, algunos al este y los demás al oeste.
Los había que preferían acelerar el paso para llegar cuanto antes a lo desconocido, otros argüían que, como tuvieron libertad para ponerse en camino. la tenían también para marcar la cadencia de sus pasos porque el tiempo también les pertenecía.
Todos salieron alegres al escapar de lo que era malo porque lo conocían, pero cada vez eran más numerosos los que sospechaban que se dirigían a lo que podría ser igual o peor que lo que habían dejado.
Por fín, el más enérgico de los guías de los cuatro grupos de fugitivos se impuso y mandó parar en un soleado valle que, observado desde la cima del más empinado pico de la sierra circundante, parecía un lugar propicio en el que asentarse.
Su primera decisión fue seleccionar de entre los más fieles a su persona una nutrida tropa de vigilantes armados, para impedir que nadie no autorizado por los cuatro líderes ya sometidos al superlíder, impidiera escaparse a nadie de los que habían huido de la tiranía de la que habían escapado libremente.
Después formó cuadrillas para desbrozar la maleza, erigir chozas provisionales en las que se alojaran todos mientras se construian sus residencias definitivas.
Prometieron los cuatro dirigentes que esas residencias empezarían a levantarse en cuanto estuvieran listas para ser ocupadas las de los líderes que, para evitar la tentación de asaltarlas a posibles antisociales revisionistas, ocuparían la colina dominante de la llanura, cercada por una muralla siempre vigilada por centinelas afines.
Y, aunque designados con la mayor discreción, se estructuró discretamente un servicio de leales que serían recompensados de acuerdo al número de denuncias que presentaran, para aislar o eliminar a los disidentes.

Así, los que huyeron del desgraciado pueblo en el que eran explotados, se constituyeron en sociedad libre, igualitaria y feliz.