sábado, 1 de abril de 2017

LO DE RAMON (CASSANDRA) PAZ

¿A quien se le ocurre llamarse Casandra pudiéndose haber llamado, por ejemplo, Mari Loly?
Los incautos ignoran que el nombre que uno escoge, o el que escogen para uno, es premonitorio de la clase de vida que le espera al cambiar de identidad, para dejar de ser lo que había sido.
Y eso es lo que debería haber sabido el joven Ramón Paz cuando decidió pasar a ser conocido como Cassandra Paz.
Casandra fue una señora antigua que vivía en el Olimpo griego dedicada a hacer profecías que nunca acertaba, salvo en la de la destrucción de Troya.
Quince años más tarde de que Ramón pasara a llamarse Cassandra lo han condenado por unos chistes de mal gusto que publicó y, en el juicio en el que fue declarado culpable los jueces, el fiscal y los funcionarios judiciales siempre se refirieron a él como al acusado Ramón.
Sin embargo la sentencia que tendrá que cumplir, si llega a cumplirla, será por delitos cometidos por Ramón cuando ya era Cassandra.
Menudo lío se ha liado con ese episodio judicial en el que la sentencia abre preguntas de difícil respuesta.
El individuo que nace, ¿es el mismo que cuando muere?
Si la condición y la opinión sobre un mismo asunto puede ser diferente un segundo antes que un segundo después, ¿cómo va a culparse por lo que hiciera un segundo después de haberlo dicho o hecho al que lo hubiera hecho o dicho?
Decididamente, hay que cambiar la manera de impartir justicia para que un individuo solo pueda ser justiciable mientras esté cometiendo el delito.
El caso contra Ramón (Cassandra) Paz, condenado-a por reírse del atentado que acabó con la vida del entonces presidente del gobierno Carrero Blanco, que condicionó la posterior evolución del franquismo, significan un antes y un después en la aplicación de la justicia.

Hay que cargarse al delincuente mientras cometa su delito y, si fuera posible, antes de que lo cometa. Lo ideal sería detenerlo y ventilárselo en el mismo momento en el que considere la posibilidad de dar el paso de inocente a culpable.